Por el tema, los dos libros de los Reyes continúan la historia de la monarquía comenzada con Saúl y David, y la conducen, en movimiento paralelo de los dos reinos, a la catástrofe sucesiva de ambos. Se diría una historia trágica o la crónica de una decadencia. Si consideramos ascensional el tiempo de los Jueces hasta David - y quizá Salomón-, lo siguiente sería el anticlímax. Ni es sólo trágico el tema; muchas veces se escucha una voz sombría que difunde su tonalidad sobre el material circundante y nos prepara para la catástrofe. Mirada de cerca, esta geometría no es tan regular, pues se quiebra en varios altibajos.
La disposición del material histórico se revela a primera vista como una historia paralela de dos reinos, Israel al norte y Judá al Sur, a partir de la muerte de Salomón. Diecinueve reyes al norte y diecinueve al sur es la aritmética elemental de la historia; con una duración de doscientos diez años para Israel y trescientos cuarenta y seis para Judá; la diferencia más seria es que Israel se desprende de la dinastía davídica y cambia ocho veces de casa reinante, mientras que Judá mantiene siempre la dinastía davídica.
Este hecho constituye uno de los polos significativos del libro. El paralelismo le sirve al autor para hacer ver la diferencia. Conspiraciones las hay en ambos reinos: al norte una conspiración lleva a un cambio de dinastía, al sur lleva a un cambio de monarca de la misma dinastía. Ataques externos los sufren ambos reinos: al norte las presiones externas favorecen los cambios dinásticos, al sur incluso los monarcas impuestos pertenecen a la dinastía de David. ¿Por qué sucede así? Porque la dinastía davídica tiene una promesa del Señor, perdura por la fidelidad de su Dios (nos lo dice o nos lo hace ver el autor).
Los momentos dramáticos en que la Casa de David está amenazada y se salva maravillosamente detienen al autor y al lector; hasta producen una parada paralela en el reino septentrional, para que se aprecie mejor la diferencia.
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