Elías, en el monte Horeb
191Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado:
-Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos.
3Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. 4Él continuó por el desierto una jornada de camino y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:
-¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!
5Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:
-¡Levántate, come!
6Miró Elías y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. 7Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
-¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas.
8Elías se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. 9Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y el Señor le dirigió la palabra:
-¿Qué haces aquí, Elías?
10Respondió:
-Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
11El Señor le dijo:
-Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. 12Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una bria tenue; 13al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía:
-¿Qué haces aquí, Elías?
14Respondió:
-Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelias han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
15El Señor le dijo:
-Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco, y cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, 16rey de Israel, a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor de ti a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá*. 17Al que escape de la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape de la espada de Jehú lo matará Eliseo. 18Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Baal, los labios que no lo han besado.
19Elías marchó de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó junto a él y le echó encima el manto. 20Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
-Déjame decir adiós a mis padres, luego vuelvo y te sigo.
Elías le dijo:
-Vete, pero vuelve. ¿Quién te lo impide?
21Eliseo dio la vuelta, agarró la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; aprovechó los aperos para cocer la carne y convidó a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.
Explicación.
19 Elías, perseguido a muerte, emprende una especie de peregrinación de vuelta, como remontando el pasado. Con él, algo de Israel vuelve al origen auténtico del pueblo. Empieza como fuga, empujado por la ira de Jezabel; deja la ciudad, el reino del norte, el reino del sur; en el límite de la cultura y del desierto, su huida se convierte en peregrinación: no es la fuerza de la reina que lo repele, sino la fuerza de Dios que lo atrae. En el límite urbano de la cultura un mensajero de Dios le hace comprender el sentido de su marcha. Antes del desierto, la huida ha querido desembocar en la muerte; a partir del desierto, una nueva comida milagrosa lo traslada a la experiencia del primer Israel. Las etapas del viaje son: la ciudad, el desierto, la montaña, el ángel, la presencia.
En su itinerario, Elías toca los límites de la existencia, donde ésta linda con la muerte. Una muerte que va cambiando de rostro: persecución, tedio, hambre, pánico sobrecogedor al sentir el misterio. En la cumbre del Horeb culmina la vida de Elías.
19,4 El que huye para salvar la vida, siente de golpe el hastío de la existencia, el cansancio de la lucha, la tentación de la última retirada (recuérdese la historia de Jonás). El verbo que traducimos "quítame" es el verbo usado para el arrebato de Henoc y para el suyo próximo.
19,7 Dado que "camino" tiene con frecuencia sentido metafórico, en la expresión del ángel puede resonar la idea de una "empresa superior a sus fuerzas", cifra de la misión de Elías.
19,8 Ex 24,18; 34,28; 33,21-23.
19,9 La pregunta del Señor lo invita a tomar conciencia de su actividad, a desahogarse confiadamente. Interpelado por Dios, Elías se confiesa.
19,10 La frase prueba que Elías no se opone a la pluralidad de altares locales, con tal de que estén dedicados al Señor. El autor no ha censurado la narración antigua.
19,11-13 La revelación del Señor, nada más a un pasar, es un momento capital que se ha de comparar con la que recibió Moisés según Ex 33,18-23. Huracán, terremoto y fuego son elementos ordinarios de la teofanía (entre otros muchos textos, pueden verse Sal 50,3; 97,3-4): en ellos puede percibir el hombre una presencia de poder que transforma y consume lo más fuerte y estable. Viento y fuego están particularmente ligados a la vida del profeta. Pero Elías, el fogoso e impetuoso, descubre al Señor en una brisa tenue, en un susurro apenas audible. Primero ha tenido que alejarse de la urbe, cruzar el desierto, subir a la soledad de la montaña; después ha tenido que descubrir la ausencia de Dios en los elementos tumultuosos; finalmente, acallado el tumulto, la voz callada trae la presencia que sobrecoge.
19,12 Is 30,27; Sal 18.
19,14 Se repite el diálogo de antes, pero qué diverso suena. Aunque Elías sea una voz única y tenue salvada de la matanza, podrá mediar la presencia del Señor; aunque lo persigan a muerte, su vida está henchida de la realidad de Dios.
19,15 Eclo 48,8.
19,16 * = Prado Bailén.
19,18 El verbo reservar enuncia la idea del "resto", el grupo reducido que se salva en la catástrofe, para asegurar la continuidad de la vida y de la elección.
19,19-21 El manto parece representar la dignidad profética: Elías acoge personalmente a Eliseo. Es una elección.
19,19 2 Re 2,13s.
19,20 Lc 9,61s.
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